Se estima que el 75% de la población sufre algún sentimiento de ansiedad o nerviosismo al tener que hablar en público. Todas nuestras emociones tienen un para qué y el miedo también, si fuera algo negativo para el ser humano no lo sentiríamos.

El miedo tiene la función de ponernos en estado de alerta ante cualquier peligro y valorar la mejor respuesta de actuación ante él. Cuando sentimos miedo, el cerebro manda una de las siguientes señales:

  • De parálisis o bloqueo.
  • De huida. Ej: salir corriendo.
  • De lucha. Ej: respuesta agresiva.

Reconocer que somos vulnerables es uno de los primeros pasos para el que miedo no llegue a dominarnos. Sentir miedo ante una exposición en público puede significar que te lo tomas en serio, que no quieres cometer errores y que estás comprometido con aportar algo bueno. El miedo tiene una utilidad clara: protegernos, y nos lo demuestra con síntomas diferentes:

  • Necesidad de ir al baño.
  • Temblor de piernas.
  • Aumento de las pulsaciones.
  • Sequedad de boca.
  • Bloqueo mental.
  • Sudoración.
  • Nerviosismo.
  • Voz temblorosa.
  • Tartamudeo.

El miedo no es malo pero si que puede resultar bastante incómodo si limite o impide que hagas aquello por lo que te has estado preparando. Pregúntate: ¿cuántas cosas he dejado de hacer por el miedo limitante?

Debemos diferenciar entre el miedo útil y el miedo limitante. El útil nos prepara ante los peligros de la vida, nos conecta con la precaución. Por ejemplo, sentir miedo al ponerse al borde de un precipicio es útil para la supervivencia. En cambio, no poder salir a un balcón de un edifico en perfecto estado es un miedo limitante.

Existen algunos miedos innatos como el miedo a la caída o a ruidos muy fuertes. También podrían entrar en esta categoría el miedo a la oscuridad o la soledad. El resto de miedos son aprendidos en algún momento de nuestras vidas. Algunos miedos se transmiten por transferencia, es decir, miedos que hemos aprendido de otras personas. Un ejemplo podría ser que una madre tenga pánico a las arañas. Cada vez que esta ante una se pone a gritar de forma desesperada. De forma sencilla este miedo lo puede incorporar el hijo y no sería suyo natural, sino aprendido. Otro miedo muy común que aprendemos y que tanto influye en cómo nos relacionamos es el miedo al qué dirán. Este miedo se puede forjar como consecuencia de mensajes que se reciben durante la infancia: “¿qué van a pensar tus compañeros si te manchas la ropa?”, “¿qué van a decir los abuelos si montas estos espectáculos cada día?”…

No debemos buscar culpables en por qué sentimos miedo, en ocasiones, a exponernos. Tener información nos llevará a comprender ese miedo y ver qué mensaje tiene para nosotros mismos, así como decidir qué vamos a hacer con él.