C, 25 años:
Hoy, después de más de 3 años, me siento como una niña que se va de casa para independizarse y tomar las riendas de su vida. Dejo el lugar que fue mi hogar, mi refugio, el sitio que me vio renacer una y otra vez. Este lugar me dio la oportunidad de darme cuenta de que la vida va más allá de los miedos, el dolor y la tristeza. Me enseñó que vale la pena caerse una y otra vez para levantarse. Que mi cuerpo no es mi enemigo, ni un lienzo roto para dañarle una y otra vez.
Sé que muchas me conocen, pero quizá no todas conocen mi historia. La primera vez que entré aquí, era consciente de que sería un camino largo, un camino en el que en algún momento quise renunciar. Sabía que quería cambiar, que quería curarme, pero en el fondo tenía miedo. Mucho miedo. Miedo a sentir, miedo a soltar y a vivir sin lo que por mucho tiempo había sido mi motivo: la enfermedad.
Lo intenté. Intenté irme de alta voluntaria, y cuando me dieron el papel para firmar, no pude hacerlo. En el fondo, aunque quería rendirme y dejar de pelear, lo volví a intentar. Le di una segunda oportunidad, oportunidad que hoy me di cuenta que no era muy real, pensaba en una recuperación con condiciones, con comparaciones y con la idea de que podría mantenerlo en el tiempo eliminando solo los síntomas que para mí “volvían mi mundo una catástrofe”. Quería mantener el control.
Luego vino el COVID y todo mejoró. Empecé con Eva y todo marchaba bien, la idea de las condiciones había desparecido nuevamente… pero, después de un tiempo, recuerdos y personas del pasado volvieron con mucha fuerza, haciéndome sentir perdida nuevamente. Otra vez, sentía que no tenía solución, que no merecía la pena luchar, que podía contener el dolor y vivir a mi manera. Y nuevamente volví al sitio al que en algún momento entré con miedo e inseguridades.
Pero esta vez confié, sin apenas conocerme y saber lo que realmente quería. Me costó darme cuenta de que esta vez tendría que ser lo suficientemente fuerte y sincera como para empezar a creer que existía otra forma de vivir. Que tendría que dejar de sumergirme en mi propio sufrimiento para pelear con garras y dientes por lo que realmente me daría lo que para mí es el verdadero significado de la felicidad: tranquilidad, serenidad y estabilidad. No pedía ni pido más que eso.
No es fácil decir que la mayoría del tiempo no me reconozco. Aún me cuesta admitir lo orgullosa que me siento por darme cuenta de que, dentro de todo ese caos, ira y soledad, existe la posibilidad de sanar. Porque sí, muchos creen que irse de aquí es recuperarse. Pero como siempre he dicho, “la recuperación sigue ahí fuera”. La lucha interior muchas veces está en conciliación. Después de más de 10 años, puedo afirmar que sí, es posible liberarse de ese dolor que contienes, que eres más fuerte que las voces que te dicen que no puedes. Que por más nublado que esté el cielo, siempre sale un rayo de luz. Y muchas veces ese rayo de luz puede ser una persona o incluso varias, recordándote que estás aquí para vivir, no para sobrevivir. Y sí, a veces hay que tocar fondo, pero recuerda que solo las cadenas pueden hundirte, y no llevamos cadenas que sean más pesadas que los años.
Hoy abrazo a esa C niña que era tan dura consigo misma, pero que aún así seguía siendo amable. Me recuerdo a mí misma que ser fuerte no siempre significa no caer, sino tener el valor de levantarse una y otra vez. He aprendido que la verdadera fortaleza radica en la capacidad de ser vulnerable, en abrir el corazón y la mente a nuevas posibilidades y en confiar en el proceso de la vida.
El viaje no termina aquí. Sé que aún habrá días difíciles, momentos en los que las viejas heridas intenten reabrirse. Pero ahora, tengo las herramientas, la confianza y el amor propio para enfrentar esos desafíos. Este lugar me ha enseñado que la vida está llena de oportunidades para crecer, sanar y encontrar la paz interior. Y aunque dejo atrás estas paredes, llevo conmigo cada lección aprendida, cada sonrisa compartida y cada lágrima derramada.
A todas las personas que me acompañaron en este viaje, mi gratitud es infinita. Gracias por creer en mí cuando yo no podía hacerlo, por sostenerme cuando me sentía más débil y por recordarme que la luz siempre vence a la oscuridad. Esto no es un adiós, sino un hasta luego. Porque sé que, en espíritu, siempre llevaré conmigo el apoyo y el cariño que encontré aquí.
Hoy, con el corazón lleno de esperanza y determinación, doy el siguiente paso en mi camino. Estoy lista para enfrentar el mundo, sabiendo que, aunque el viaje continúe, ya no soy la misma persona que entró aquí hacia más de tres años. Soy más fuerte, más madura y más consciente de que la vida vale más que una falsa felicidad disfrazada de control. Que si es posible. Así que tú, que estás escuchando esto ¡POR FAVOR! No te rindas, confía, date una oportunidad, porque quizá, aunque tú no te lo creas, ya tiene no solo una, sino muchas personas que te quieren y confían en ti. Porque sanar, es posible.
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