El mes de enero, junto con septiembre, son los meses por excelencia de inicio de las conocidas como “dietas milagro”. Todos hemos escuchado en alguna ocasión como este propósito entra de cabeza en las listas del nuevo año: “de este año no pasa, me pongo a dieta para bajar de peso”. En la mayoría de ocasiones, el enfoque de este propósito es más con un fin estético que con un fin de ganar salud, y eso hace que se recurra a dietas que prometen resultados rápidos a costa de salud.

El primer problema que encontramos en las dietas milagro es la propia palabra “dieta”. Desgraciadamente, se entiende este concepto como un estado pasajero con un fin concreto, tras el cual se vuelve a comer de la forma habitual o previa. Existe una mentalidad de blanco/negro respecto a las dietas que se puede ver en preguntas como “¿sigues a dieta?” o “¿cuánto tiempo dura tu dieta?”. Esto nos hace pensar que la conducta alimentaria se modifica en función de objetivos concretos como pueden ser: bajar el colesterol, perder algo de peso, corregir un déficit nutricional concreto (vitamina D, calcio)… Y, de este modo, solo se consigue volver a la casilla de salida cuando se alcanzan. No hablamos de crear hábitos.

Las comúnmente conocidas como dietas milagro se definen como dietas de adelgazamiento que prometen resultados rápidos de pérdida de peso sin realizar apenas esfuerzo.

Y, como comentábamos, los meses de calor y la etapa post-navideña son los preferidos por los publicistas de este tipo de dietas para colarse en nuestras vidas: emails, portadas de revistas, programas de tv…

¿Y realmente cumplen lo que dicen que van a cumplir?

Pues probablemente si, seguramente la persona que cumple estrictamente la dieta consiga bajar de peso.

Pero, ¿esto dura para siempre? Bueno, pues la respuesta es que es extremadamente complicado. Pero ya no solo eso, sino que vienen una serie de consecuencias, tanto psicológicas como físicas.

A nivel nutricional y físico, cuando se realizan dietas hipocalóricas durante un tiempo prolongado es muy común observar sensaciones de debilidad, mareos, desmayos… Además, se producen alteraciones en el ritmo intestinal y posiblemente aparezcan déficits nutricionales (ya sea de calcio con la consiguiente osteopenia u osteoporosis, déficits de vitaminas y minerales, déficit de hierro y anemia…). Todo este tipo de consecuencias a nivel físico hacen que este patrón alimentario no pueda ser sostenible a largo plazo, con la posible vuelta a los hábitos previos y al conocido «efecto rebote».

 

Y esto no va solo, sino que también aparecen una serie de consecuencias psicológicas como sensación de fracaso, frustración, gestión emocional alterada, sensación de follón, jaleo, alteración de sueño que hace que estés en alerta. No siempre se cumplen todos, puede ser que una persona note unos y otra persona note los otros, con mayor o menor conciencia de qué se siente, pero es seguro que estos síntomas pueden aparecer en diferente medida.

¡Esperamos que te haya sido útil y que este año busques crear un hábito saludable sin caer en estas horribles dietas!