¿Te has parado a pensar qué sientes cuando tienes hambre? ¿Sabes diferenciar si comes porque tu cuerpo lo necesita o porque lo necesita tu mente?

En muchas ocasiones, cuando nos alimentamos tenemos muy desconectado nuestro cuerpo de nuestra mente y no atendemos a las señales de este. Existen distintos tipos de hambre que influyen en nuestras conductas a la hora de comer.

En Citema, cuando trabajamos con personas con Trastornos de la Conducta Alimentaria o personas que tienen una mala relación con la alimentación, destacamos la importancia de empezar a ser conscientes de lo que nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan. Estamos muy acostumbrados a llevar unos hábitos de alimentación y unas rutinas que muchas veces nos alejan de lo que realmente necesitamos. Para mejorar nuestra relación con la comida y comenzar a disfrutar de la alimentación debemos tomar consciencia de nuestros pensamientos, emociones, conductas y sensaciones.

El hambre más básica y la primera que a todos se nos viene a la cabeza es el hambre fisiológica, que aparece cuando las reservas energéticas de nuestro organismo están bajas. Además de este hambre existen otras que se perciben como sensaciones, pensamientos o emociones.

  1. Hambre visual: el famoso “comer con los ojos”. La vista puede convencer a la mente para que se olvide de otras señales de nuestro cuerpo que le indican que estamos saciados. Este tipo de hambre aparece cuando vemos alguna comida apetitosa, independientemente de si tu estómago se encuentra saciado o no. Por ejemplo: ¿Alguna vez has sentido hambre cuando has ido al supermercado a pesar de haber comido recientemente o cuando has visto un anuncio publicitario de comida?
  2. Hambre olfativa: el olor también es capaz de convencer a la mente. El olor despierta en las personas un deseo de comer, sobre todo cuando consideramos ese olor como alguno que nos gusta. Por ejemplo: seguro que alguna vez te has quedado sin olfato por un catarro, ¿te sabía igual la comida que en otras ocasiones?… ¿Y qué pasa cuando pasas cerca de una panadería y huele a pan recién hecho?
  3. Hambre bucal: se relaciona con el deseo de la boca de sentir sensaciones placenteras mediante sabores y texturas diferentes. Por ejemplo: piensa en un mismo alimento que hayas consumido con distintas texturas, ¿cuál satisfacía más tu hambre bucal?
  4. Hambre auditiva: es aquella que se produce por los distintos sonidos que se producen al alimentarnos. El crujir de los alimentos es algo que buscamos, ya que muchas veces lo relacionamos a que ese alimento es fresco (manzana, zanahoria…). Por ejemplo: imagina que abres una bolsa de patatas y están blandas, como humedecidas, ¿sería igual que comer unas patatas fritas que crujan?
  5. Hambre de estómago: este tipo de hambre es aquella que se identifica con una sensación de vacío en el estómago, como retortijones. Esto no quiere decir que el estómago nos esté avisando de que tenemos que alimentarlo, sino que con nuestros hábitos alimentarios le hemos enseñado a avisarnos de cuando debemos llenarlo de comida. Por ejemplo: si tú no sueles desayunar, no experimentas hambre hasta el mediodía. En cambio, una persona que siempre desayuna se levanta con apetito, cosa que podría cambiar si durante varios días no realiza esa ingesta.
  6. Hambre mental: se basa en pensamientos y está condicionada por todo lo que leemos y escuchamos sobre alimentación. Todos estos pensamientos o creencias, algunas ciertos y otras no, nos pueden llevar a comer con ansiedad porque nos distraen de las señales que nos manda el cuerpo. Por ejemplo: “tengo que beber 2 litros de agua diarios”, “no se puede tomar fruta después de la comida”, “hay que hacer 5 comidas al día”.
  7. Hambre de corazón: este hambre aparece cuando intentamos llenar un vacío “de corazón”. Se utiliza la comida como una forma de cuidado sin ser conscientes de que no llenará el vacío o dolor que sentimos. Por ejemplo: comer cuando se tiene una ruptura amorosa, una discusión familiar…

Empezar a ser conscientes de nuestra forma de alimentarnos significa darnos cuenta de por qué comemos, cuándo comemos, qué comemos y dónde comemos. Reflexionar sobre los ejemplos que hemos ido dejando puede ayudarte a acercarte poco a poco a tus sensaciones y a entender tus conductas alimentarias, así como avanzar en la mejora de tu relación con la comida.