La exposición a la luz solar aumenta la producción de serotonina, hormona que nos hace sentir más alegres. Además, también mejora la absorción de la vitamina D, importante para mejorar la densidad ósea y el correcto funcionamiento hormonal.

 

El verano tiene beneficios evidentes en nuestro cuerpo y nuestro estado anímico, pero no todo es positivo. El aumento de las temperaturas puede conllevar una pérdida notable de apetito. Esta disminución de la sensación de hambre puede conllevar una ingesta insuficiente de nutrientes necesarios para que el organismo funcione de forma óptima.

 

Ahora bien, ¿por qué disminuye el apetito con el calor? Hay varios factores que influyen:

  1. El calor provoca que necesitemos mucha menos energía para regular nuestra temperatura corporal que en épocas de frío.
  2. Las altas temperaturas hacen que sudemos más y, por tanto, aumentemos la ingesta de líquidos que llegan el estómago. De esta forma, el estómago deja de enviar la señal de hambre al cerebro a través de la hormona grelina.
  3. También influye que pasamos muchas más horas al aire libre, lo que nos hace estar menos pendientes de la alimentación como norma general.

 

Es cierto que al salir de vacaciones se rompe con la rutina y esto conlleva en muchas ocasiones cambios drásticos en los hábitos alimentarios (más comidas fuera de casa, horarios diferentes, aperitivos, picoteos…).

 

Para combatir la falta de apetito y los cambios en la alimentación es muy importante seguir ciertas rutinas en verano también. Organizar la alimentación y preparar las comidas con antelación puede ayudar a mantener la estructura alimentaria y a asegurar un aporte nutricional correcto. Además, para hacer frente a los efectos del calor y mantener una correcta nutrición durante el verano es muy importante mantenerse bien hidratado. Controlar que nuestra orina se mantiene clara puede ayudarnos a descartar problemas de mala hidratación.

 

Os dejamos algunas ideas de comidas refrescantes y nutritivas, perfectas para combatir el calor del verano:

  • Hacer ensaladas completas con legumbres, pasta o arroz; y añadir proteínas de calidad como atún, huevo, queso fresco…
  • Preparar cremas y sopas frías, así como gazpachos y salmorejos. Se pueden hacer con semillas o frutos secos y acompañarlos con un segundo plato conformado por proteína (pescado o carne) con un poco de patata como guarnición.
  • Hacer batidos fríos o incluso helados con lácteos y frutas como snacks o tentempiés.